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ERIKA VERZUTTI AT MUSEO EXPERIMENTAL EL ECHO

El trabajo de Erika Verzutti (Sao Paulo, 1971) despliega un vocabulario de formas toscas y sensuales llenas de ingenio y desenfado. Su práctica ha transitado un camino de asociaciones que exploran afinidades inesperadas entre lo doméstico, lo orgánico, lo exótico, lo espiritual y lo monstruoso desde una evidente pulsión venusiana. A lo largo de más de dos décadas, Verzutti ha creado familias de esculturas –así las concibe, identificando algunas piezas como las abuelas de otras posteriores– que retoman con agudeza el trabajo de artistas como Tarsila do Amaral, Constantin Brancusi, Piet Mondrian, Phillip Guston, entre otros; al tiempo que se inspiran en elementos encontrados en la naturaleza como plantas, frutas, piedras y minerales, destacando sus posibilidades antropomorfas, su carga ritual y su relación con la memoria.

Hacia 2011, Verzutti integra a su práctica la producción de una larga serie de piezas híbridas entre escultura y pintura, modelando la superficie de tabletas rectangulares de barro que posteriormente vaciaba en bronce para intervenirlas pictóricamente jugando con la textura, el volumen y el color. En el proyecto desarrollado para el Museo Experimental el Eco, la artista optó por incursionar en el uso de un nuevo material –por primera vez en su trayectoria todas las piezas de la exposición están hechas de cerámica–, así como en un nuevo proceso de trabajo –serial, aunque reservándose el acabado pictórico final– que realizó en colaboración con la fábrica de cerámica Suro, ubicada en Guadalajara. En sintonía con los postulados de Mathias Goeritz sobre la utilización del color, la forma y la textura para determinar la manera en que percibimos y nos relacionamos con los espacios que transitamos, Verzutti ha producido una prolífera secuencia de tabletas que, a fuerza de repetición, genera un estímulo vibrante similar a un mantra meditativo que evoca sobre todo los dibujos tántricos de Rajastán, en el norte de la India. Derivado de los tratados ilustrados hinduistas del siglo XVI, el léxico de estas imágenes ha sido utilizado durante siglos para alcanzar un nivel superior de consciencia, así como para hacer amuletos de buena vibra que se cargan en el bolsillo.

Esta repetición secuencial y rítmica de elementos también está presente en las torres que ocupan el patio en convivencia con el monolito de Goeritz. Erigidas a partir de la colocación consecutiva de carambolas, granadas y berenjenas, estas torres se levantan como delgados personajes que habitan, miran y resguardan el mismo espacio que transitamos. Estas piezas forman parte de otra larga serie escultórica trabajada por Verzutti que retoma el simbolismo de las columnas infinitas de Brancusi, reconociéndolas como hitos del arte moderno al tiempo que las utiliza como elementos formales sobre los cuales ensartar sus frutas. Como menciona el curador y crítico de arte Paulo Herkenhoff, “Verzutti silenciosamente sobrepone su perspectiva feminista sobre el tótem fálico.”[1] Mediante diversas secuencias de frutas que se fusionan en un eje vertical claramente erecto, se revela la sensualidad de entidades ambiguas que evaden la binariedad de los géneros masculino-femenino. Al igual que en la familia escultórica de Venus realizada entre 2013 y 2017, en la que la artista revisitó la ancestral asociación de la fertilidad con la Venus de Willendorf, las entidades que aquí se presentan son voluptuosas, pero ambiguas –aluden tanto al falo como al útero– por lo que se presentan en proceso de revelarse sin asumir un género específico.

La sensualidad combinada de los relieves a muro y las columnas se entreteje como un Tantra (del sánscrito, significa telar, tejido o urdimbre). Dentro de las tradiciones del hinduismo y budismo, dicho término es una metáfora de la manera en que textos, teorías y enseñanzas conforman los hilos que se tejen para generar métodos, sistemas o prácticas que conducen a la revelación espiritual de la conexión del microcosmos con el macrocosmos, del cuerpo con el universo. Los mantras (sonoros) y yantras (visuales) representan a una o varias deidades complementarias para conducir la meditación y son un aspecto central de estas tradiciones. Con una extraña afinidad con el arte abstracto del siglo XX, estos esquemas evocan principios serenos y sublimes, dinámicos y terroríficos.[2] El óvalo, que alude a la forma fálica con la que se representa a Shiva (lingam), interactúa con Shakti (el principio femenino, la energía, madre de todo). Los dibujos tántricos integran así los opuestos: lo femenino y lo masculino, el día y la noche, la calma y el movimiento. Verzutti retoma la carga ritual y sensual de esta energía integradora para habitar el espacio interior y exterior de la arquitectura emocional de Goeritz con la posibilidad de revelar otras maneras de ver un cielo azul.[3]

Tatiana Cuevas